ANA DANICH
Mi poesía y
narrativa están íntimamente relacionadas con el horror de saberme viva, de
haber sobrevivido… por ese motivo jamás hablo de sutiles ruiseñores, sino de un
dolor que ha permanecido en mí desde mi infancia y es de ahí de donde extraigo
la mayoría de los temas que plasmo en mi escritura. Casi siempre escribo en mi
cabeza, pero la redacto por la mañana, después del sueño. Para escribir necesito
silencio y soledad, pero frecuentemente escucho Vivaldi, algunas veces Wagner,
no permito que nadie se mueva a mi alrededor, salvo la música. He investigado
sobre algún tema, pero son los menos, casi todos mis poemas son escritos cuando
estalla el magma de mi interior. Soy un
volcán. Me siento muy cómoda escribiendo cuentos, pero cuando escribo poesía,
ésta se transforma en un arma medieval o tal vez en el péndulo de Poe que va
desgarrando mi mente, sin embargo no
puedo dejar de hacerlo, hay algo en ella que me lastima, pero también me
redime. Pienso el texto, pero es el cuerpo el que me lo dicta, testimonio de
ello es el título de mi primer libro: “Cuerpo de Piedra”. Soy como la
mujer de Lot, necesito mirar hacia el
pasado para describir lo brutal… no me importa ser castigada. Sé que algún
resabio de ternura permanece. Siempre creí que debajo de una piedra también
podemos descubrir la simiente que intenta nacer, y siempre la mano que la
levanta, lo debe hacer con suavidad para no herir el mundo que bulle debajo o
dentro de ella.
Sin duda, “Memorias
de Adriano” de Marguerite Yourcenar es uno de mis libros preferidos.
Transcribo dos de los tantos párrafos
que tengo marcados en él:
"Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y
también es difícil guardar la calidad de hombre. El ojo de Hermógenes sólo veía
en mí un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre. Esta mañana
pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y
mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por
devorar a su amo". Y: "Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y
compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos,
donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos
juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a
ver…Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos".
Ana Danich
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