26.2.20

ANA DANICH



Mi poesía y narrativa están íntimamente relacionadas con el horror de saberme viva, de haber sobrevivido… por ese motivo jamás hablo de sutiles ruiseñores, sino de un dolor que ha permanecido en mí desde mi infancia y es de ahí de donde extraigo la mayoría de los temas que plasmo en mi escritura. Casi siempre escribo en mi cabeza, pero la redacto por la mañana, después del sueño. Para escribir necesito silencio y soledad, pero frecuentemente escucho Vivaldi, algunas veces Wagner, no permito que nadie se mueva a mi alrededor, salvo la música. He investigado sobre algún tema, pero son los menos, casi todos mis poemas son escritos cuando estalla el magma de mi interior.  Soy un volcán. Me siento muy cómoda escribiendo cuentos, pero cuando escribo poesía, ésta se transforma en un arma medieval o tal vez en el péndulo de Poe que va desgarrando  mi mente, sin embargo no puedo dejar de hacerlo, hay algo en ella que me lastima, pero también me redime. Pienso el texto, pero es el cuerpo el que me lo dicta, testimonio de ello es el título de mi primer libro: “Cuerpo de Piedra”. Soy como la mujer de Lot,  necesito mirar hacia el pasado para describir lo brutal… no me importa ser castigada. Sé que algún resabio de ternura permanece. Siempre creí que debajo de una piedra también podemos descubrir la simiente que intenta nacer, y siempre la mano que la levanta,  lo debe hacer con suavidad  para no herir el mundo que bulle debajo o dentro de ella.
Sin duda,  “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar es uno de mis libros preferidos. Transcribo  dos de los tantos párrafos que tengo marcados en él:
"Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre. El ojo de Hermógenes sólo veía en mí un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre. Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo". Y: "Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver…Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos".


Ana Danich